Estos ojos que se niegan a mirar el azul
del cielo y a escuchar al viento acariciando las palmeras... este ser aquí,
adentro, que se ahoga entre esos cantos rosa que entonan los que viven allá
lejos... Estos ojos, a las buenas o a las malas, tan abiertos, frente al Mundo,
inmenso camposanto. De nada sirven los golpes en el dedo pequeño de los pies
ajenos ni las crónicas de guerras antiguas narradas en los "libros
santos", ni las narradas en los pliegues de la Tierra... Tanta amargura
encontrada en cada guaca. Para nada sirven, ¡para nada!
No hay caminos, nunca los hubo; sombras de
caminos que iban a ser soñados, hace milenios son, dentro de frascos de cristal,
inocentes mortinatos, entonces, ¿para qué los pies, para qué las huellas, si
momias todos, felices en nuestras tumbas, permanecemos estancados?
Ana Lucía Montoya Rendón
22 de marzo, 2016
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