Luto el de la lengua cuando no puede proteger
su derecho a murmurar. De luto la soledad llorando la pérdida de su celda
vacía, ese espacio en el que, callada, reclinaba sus penas sobre la libertad de
silencios; ella, la libertad de silencios, también de luto porque murió
encadenada. Ahora todos, séquito, elegantemente cuervo: la voz, la mirada, los
sueños, sin derecho a dormir en paz aunque sea sobre el recuerdo de una tumba.
Esto es, en verdad, el canto de un pañuelo blanco que se creyó paloma.
Ana Lucía Montoya Rendón
abril 8, 2016
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