Desde la azotea de un edificio de infinito
número de pisos observo allá, muy lejos, algo que parece un horizonte. Me froto
los ojos, sé es un espejismo porque tengo certeza de, desde muchas vidas antes,
haber asistido a su interminable sepelio. Y me pregunto, ¿quién y con qué
derecho nos borró esa línea? ¿Con qué ha rellenado el espacio que quedó cuando
asesinó ese adorable e indefenso trazo que alegraba nuestras vigilias? Desde
entonces, mi corazón está cubierto de riguroso luto, sin embargo, mi cuerpo
físico prefiere ir desnudo para beber insaciable su recuerdo, a través de cada
poro.
Ana Lucía Montoya Rendón
abril 8, 2016
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