1.
Situados en una línea fronteriza (¿líneas
imaginarias convencionales para quiénes? ¿para los dueños de los países?),
observemos el horizonte desde nosotros mismos, girando como soles sobre
nuestros ejes.
Horizonte: conjunto de círculos
concéntricos fundidos entre sí que van desde nosotros mismos hasta cualquier
punto más allá del infinito, ubicándonos como centro u origen de esos círculos.
Démonos cuenta que el horizonte es idéntico a sí mismo desde cualquier punto
que lo divisemos.
A veces avanzar hasta una frontera para
acariciar el horizonte es como enterrar en nuestras espaldas un cuchillo,
porque siempre al otro lado hay muchos armados de un concepto absurdo:
“propiedad privada”.
2.
Sobre esa línea divisoria palpitan huellas
de pies descalzos, forzados a caminar sobre los antepasados de los sueños. De
un lado de esa línea hay niños y aferrada a sus ojos la ilusión de un caballito
de palo que se ha convertido en garrote con el que los lactan y abren sus ojos;
al otro lado hay seres obesos y ciegos que sienten no más lo tibio de sus
propios cuerpos y los sonidos dulzones de sus voces que vuelan hacia un espacio
dentro de sí mismos, espacio lleno de fantasmas cantados en sus poemas de
colores fríos y olores con poses de tristeza... esos fantasmas interpelan al
espejo pero, el espejo está cansado de repetir siempre lo mismo:
—Ese caballito ya no es de palo sino de
carne y palpita en alma de los niños.
Ana Lucía Montoya Rendón
marzo 28, 2016
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