La Inocencia es. Solo es. Los seres
inocentes no se cuestionan si deban hacer cambios porque vivan en la ciudad o
en el campo. Cada especie canora jamás deja de cantar de la misma forma, viva
en el lugar que sea. Los pueblos cambian de costumbres y de hábitos, mientras
ellas permanecen en su ir y venir a través de las rutas migratorias, sin
importarles qué encuentren. Van y vienen por encima de la paz o de la guerra
(quizás sean ellas el único responso sobre el cuerpo de los muertos, su única
flor). Van y vienen aunque las zarpas de los gatos velen, aunque los ojos de
los gavilanes, los halcones y las águilas, acosen. No hay ruido urbano que
opaque sus cantos inocentes. No hay día lluvioso que las calle; además, estiran
sus cantos hasta la última luz en el ocaso y, aun así, ya en sus nidos, siguen
piando conversas que, cuando las oigo, alegran mi espíritu (quizás, antes de
cerrar los ojitos, sea su momento de hacer el balance del día). Estos seres
inocentes, jamás cambiarán de ruta ni de voces porque sus ciclos vitales están
inscritos en la Infinita “Nada-Todo”.
(Cada día puedo escuchar el mismo canto y,
cada día, siento como si fuera la primera vez que los escuchara).
Ana Lucía Montoya Rendón
mayo 8, 2016
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