Casi todos los secretos tiene formas
cambiantes como masas coloidales, tiemblan de fiebre o de frío
independientemente si viven en el cielo o el infierno, son como sueños
indefinidos que roban el aliento, sensuales se mecen sobre la lengua hacia
atrás y hacia adelante y pretenden vaciarse sobre los días y las noches, sobre
la oscuridad y el medio día, pero los ataja el miedo; los secretos son asexuados
seres mudos. Son casas con ventanas sus voces y sus miradas, tan locuaces como
un ejército de lenguas sueltas. Un día les hablaron de sigilo y no entendieron,
entonces se fueron por el mundo arrasando pueblos y dejando muchos cabos
sueltos. Hoy las viejas comadres, por las tardes, después de la merienda, sentadas
en la acera de sus casas, murmuran que “nada hay oculto entre cielo y tierra”.
Ana Lucía Montoya Rendón
septiembre 23, 2015
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