En compañía de nosotros mismos estamos
desde que nacemos, no sé si seamos nuestra mejor compañía pero ni modos, así le
toca a nuestra sombra y a nosotros, juntos caminar al mismo paso… ¿o será que a
veces ella se nos adelanta y creemos que no sea nosotros? Todo esto nos lo
susurra alguien, lo oímos y lo vemos desde un lugar oculto dentro nuestro pero
lo buscamos afuera; creemos muchas cosas porque las comprobamos, por ejemplo,
el viento siempre avisa que habrá tormenta... creemos que las golondrinas con
sus vuelos nos hablan para señalar sus afueras y sus rutas hacia algunos
veranos, que la cigarra revienta nada más que por el placer de hacerlo. Se nos
olvida el “adentro”, “nuestro adentro” que de pena y soledad a veces se nos
muere.
La búsqueda del medio día dentro de nosotros
casi nunca nos compete, ese Infinito Instante que debería ser nuestro Eterno
Ahora, ése en el cual el Sol nos baña verticalmente y nos convierte en su amado
punto negro cargado de su mismísima Energía, ése en que nosotros, densos,
parados sobre ella, nuestra sombra comprimida, línea continua proyectada desde
el suelo que pisamos hasta más allá del mundo perceptible, nos funde y refunde,
nos mezcla mágicamente con la claridad y las tinieblas, con el sonido y el
silencio. A través de esa búsqueda, desde el oído y ojo internos sentiremos que
nos interpenetramos y, algún día, espontáneamente, también oiremos y veremos
nuestra propia compañía, cuando er
Ana Lucía Montoya Rendón
oct 1º., 2015
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