Estaba allí, invitando a su costado.
Envuelto en su sábana y su manta, mil veces volteando como niño con ganas de
dormir pero, volvía a erguirse, tan tierno, cuando minutos antes era Eros vivo
pidiendo y ofreciendo, vanidoso. Dormía plácidamente. Era su respiración como
un suspiro y ella… ella estuvo a la intemperie. Todos sus ojos a la intemperie,
toda ojos. Ojos que comían piel y hambre; era el reto de ser mismo observador y
lo observado. Era toda, entera, lo encarnado del recuerdo y el alma del regreso.
Eva triunfal había entrado en ella. Fue mil veces Ella y mil veces sus ojos y
los de las demás Evas.
Ana Lucía Montoya Rendón
mayo,
2014
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