“Yo que sentí el horror de los espejos
no sólo ante el cristal impenetrable
donde acaba y empieza, inhabitable,
un imposible espacio de reflejos…”
LOS ESPEJOS.
Jorge Luis Borges
Cada día pasaba parado
allí, de esa manera lograba ordenar sus ideas. Solo frente a esa luna de murano
veía el transcurrir de sus proyectos, se realizaba como persona y sentía que su
vida valía la pena; no era de otra manera como le salían bien las cosas, sentía
que así era parecido a lo mejor de lo mejor que conocía. El acontecer estaba
descrito en los bordes de las mímicas que venían desde allí. No era que él se
viera como ente aislado, se veía con el resto de seres que por allí pasaron,
que por allí pasarían; sabía que su interactuar y sus pasos anteriores y
posteriores, estaban descritos allí mismo entre las luces y las sombras y,
junto a ellos, un ser más, él, que como ellos, era paso y huella. Desde allí
podía prever el acontecer de cada día. Ese sitio era compendio de muchos
volúmenes, una biblioteca infinitamente más grande que la sumatoria de las que
existen hoy a través de la Red. Estaba allí y no para peinarse o mirarse el
traje solamente, o para admirar su belleza, no, él era aquél que veía allí, no
era su copia, era el mismo, parte de ese conjunto de archivos en mil idiomas
que sin conocer entendía perfectamente. Pero, ¿por qué? Siempre se hacía esa
pregunta y antes que terminara de formularla la olvidaba, eran tantas las
historias animadas que pasaban simultáneamente, era él mismo en cada uno de los
cuadros de esa película infinita en la que se veía escrito y descrito, era los
signos y las frases de cada libro, de cada coloquio; era toda la policromía de
ese vitral, era silueta repetida, como la que vemos en esos inmensos ventanales
de los edificios que hay a cada lado de la acera. Él mismo, repetido, repetido,
repetido... Rebanado mil veces de sí mismo, sin ser separado de ese todo como tajada, con la consciencia
de ser todos esos tajos e imágenes pero, también consciente de que aquellas
tajadas-imágenes tienen vida propia, son él... ser también aquel conjunto de
palabras (muchas de ellas aún mudas debido a su proceso de gestación). Todo
allí percutía y era cíclico, era mar y olas, mero devenir, aunque a veces se le
metiera la duda que era desde la calle de donde venía esa voz que le dibujaba
esos millares de universos que habitaba y lo habitaban a la vez. Tal era la
dependencia que si no estaba frente a él, intuía, moriría. Hoy por vez primera no
fue a pararse allí, de frente, solo volteó la cabeza para, de soslayo, darle
una mirada antes de salir de casa. Sintió vértigo y un fuerte e insoportable
dolor en el pecho, le fallaron las piernas y cayó. El vecindario, ante el
estruendo, salió a la calle. Los vidrios de todas las casas estaban rotos. El
dueño de la vivienda de la esquina de la trece con trece, había desaparecido y
la casa también.
Hoy, sí.
En este hoy suyo y mío,
el único y verdadero espejo de nuevo está que habla.
Ana Lucía Montoya Rendón
Julio 10, 2015
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