Ha estado y está programada de diferentes formas la extinción
de la raza humana. Muchos métodos se vienen usando para su exterminio. ¿Cómo
hacerlo sin que se note? De muchas maneras. Lo tienen todo programado: a través
del asesinato, las masacres, las guerras, los desastres naturales (huracanes,
terremotos, sequías, inundaciones que conllevan, en los países más pobres, la
llegada de las terribles hambrunas), la anticoncepción, que hoy en día ocurre de mil maneras, como
son, el aborto, los métodos médicos de anticoncepción, las uniones
homosexuales, el sexo cibernético. Alguien mueve los hilos, ése o esos que
requieren la extinción de nuestra raza. Hoy cualquiera y a cualquier edad
(niñas de menos de diez años pariendo o mujeres de más de sesenta…) puede ser
padre o madre porque a ese alguien ya no le importa de qué calidad serán los
nuevos seres engendrados, si es que más adelante los habrá. Además, algunos
niños, jóvenes y adultos sufren de “pereza sexual”, no quieren sexo, no quieren
ser pareja y no piensan determinarse como hombres o mujeres. Hoy es más
evidente todo lo que ocurre, diariamente nos salta a la vista, sobre todo a los
que asistimos a estos “parques o zoológicos virtuales” donde, con notas periodísticas
que nos disparan desde todos los puntos cardinales, nos enteramos de todo lo
que ocurre en el patio del vecino. La extinción de la raza es un hecho. Y me
pregunto, si se extingue la raza físicamente, ¿qué ocurre con su aliento?
¿Existe el crecimiento espiritual?
¿Existe el alma? ¿Tiene o necesita ser determinada por un género sexual?
¿Necesita seguir creciendo en este planeta?
Mucho qué reflexionar, ¿mucho o nada qué
hacer? Si dentro de cada uno de nosotros no se genera el compromiso de
salvaguardar a la especie, no habrá más amaneceres ni puestas de sol, menos
noches de luna y rielar de luces sobre lagos tranquilos besados por la brisa.
Ana Lucía Montoya Rendón
Septiembre 1º., 2015
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