Decía una oveja a sus hermanitas de manada:
— ¿Deberíamos raspar de nuestras almas el
pecado de ser del montón? ¿Son la singularidad o la individualidad el objetivo
de nuestra marcha? ¿Está destinado el horizonte para solo unos cuántos? Yo,
oveja mansa, parte del rebaño, creía que el objetivo era fundirnos con el
Todo-Uno como lo están las gotas de agua que son uno, estén donde estén, vengan
de donde vengan, sea de o hacia las nubes, en la lluvia, en la nieve, en la
laguna, como rocío, como lágrimas, o tan solo en el posible hilo de agua que
apenas está pensando en nacer para bajar riendo por entre las filudas rocas que
remarcan el perfil de las altas peñas...
Ana Lucía Montoya Rendón
Junio 23, 2015
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